lunes, 28 de mayo de 2012

La iglesia de Auvers


Respiré profundamente y avancé hacia la verja.  Olía a campo húmedo y todavía chispeaba bajo los árboles. Se adivinaban las últimas luces del día y comenzaba a refrescar. Me acerqué a la puerta y un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver la silueta de aquella mujer alejándose. 

Ocurrió en 1996. Pierre se había empeñado en visitar la iglesia de Auvers. Cuando alguna idea entraba en su cabeza, no consentía que saliera de ella sin llevarla a cabo. Quería celebrar la boda allí; a mí no me convencía casarnos a una hora de París en aquel templo gótico, pero accedí a acompañarle. Sin duda era un lugar pintoresco y romántico. Nos sentamos en un banco a orillas del Oise. Al otro extremo del asiento, una anciana atraía a los patos, que hacían corro alrededor nuestro esperando un nuevo trozo del pan que ella les ofrecía. Me llamó la atención su indumentaria, parecía de finales del siglo pasado. Percibió que la observaba y dirigió su mirada hacia mí. Entonces descubrí  sus ojos blancos ciegos. Su rostro  gélido me inquietó y precipitadamente me levanté haciendo un gesto a Pierre que, embebido en una guía de la ciudad, no se había percatado de nada. 

Llegamos a la iglesia. La rodeamos buscando una puerta por la que entrar y pero ninguna de las tres con las que nos topamos estaba abierta.  Al lado de un ciprés había una fuente y fui a refrescarme. De pronto, vi que alguien se acercaba. Cerré el grifo y me giré. Era ella, la anciana del paseo del río. Se dirigía hacia a mí y me llamó por mi nombre. Margaritte, dijo, acompáñame, hay algo que debes saber. Impresionada no acertaba a pronunciar palabra y tan solo pude hacer lo que me ordenaba ... una misteriosa fuerza me empujaba a seguirla. Tímidamente le pregunté por qué sabía mi nombre. Me tranquilizó saber que se lo había oído a Pierre, pero seguía impaciente por escuchar lo que con tanta intriga me había anunciado. Llegamos a un rincón del jardín dónde dos sillas nos aguardaban. Con nostalgia, me contó su historia. Se casó muy joven perdidamente enamorada de su prometido. Los muros de esa iglesia fueron testigos del enlace que prometía llenar de dicha a la pareja y esa misma tarde los recién casados partían de viaje hacia su luna de miel … pero no llegaron a su destino. El tren descarriló y Jean Dupon, el flamante esposo murió. Me explicó que unos meses antes, una anciana en ese mismo lugar, le había advertido de que existía una maldición sobre los novios que se daban el sí quiero en esa iglesia, pero que no la creyó. En ese momento mi turbación desapareció y se transformó en compasión por esa pobre ciega que en su locura se creía las leyendas que inventaba.

Esa noche Pierre y yo tuvimos una discusión definitiva. Desde hacía unos meses la costumbre se había acomodado entre nosotros. Yo no quería seguir adelante con nuestros planes de boda y él a modo ultimátum me dio a elegir. Decidí dar marcha atrás y romper nuestro compromiso. Ese viaje a Auvers me había servido para confirmar que el amor que sentía por él se había perdido entre tantos formalismos y listas de invitados.

En cuanto llegué a Paris,  fui a la hemeroteca e investigué la historia que aquella anciana me había contado.  Encontré la noticia: Jean y Mathilde Dupon fallecidos el mismo día de su boda en un accidente ferroviario en 1877.

Al año siguiente quise regresar a ese lugar. Cuando me acerqué a la verja de la iglesia su imagen me dejó paralizada. En el fondo, quería confirmar que todo habría sido fruto de mi imaginación, pero allí estaba, merodeando alrededor de la iglesia. Ella advirtió mi presencia, se giró, me sonrío y siguió su camino …

domingo, 20 de mayo de 2012

Recuperando la sonrisa



Ya lucía la ciudad y como una suave caricia, el viento me hacía olvidar la calurosa jornada. Había caminado durante horas sin rumbo fijo recreando aquellas tardes, volviendo a recorrer las calles colindantes a la Plaza Mayor. Al pasar por ese bar dónde tiraban tan bien las cañas, no pude evitar sonreír cuando recordé un día que tomamos algunas de más y terminamos refrescando nuestros borrosos pensamientos con el agua de La Fuentecilla. Sin saber cómo, las manillas de mi reloj anunciaban que pronto acabaría el día y mientras el sol terminaba su labor, decidí tomar asiento en un banco del parque del Retiro. Descalcé mis pies cansados y tras cambiar varias veces de posición, terminé tumbándome a contemplar el bello espectáculo de una noche clara y estrellada. ¡Cuántas noches habíamos hecho esto juntos! ... Sonreí al recrear aquella vez que el guarda del parque nos multó con cinco pesetas por permanecer allí después de cerrar las puertas. Mi espalda comenzó a quejarse de la dureza de la madera y tuve que incorporarme. En el césped, un grupo de jóvenes reunidos en torno a una guitarra comenzaron a cantar y sin querer, ya lo estaba viendo haciendo sonar la suya mientras yo le acompañaba con mi voz. Volví a sonreír. Me levanté y me dispuse a regresar a casa. Llevaba varias semanas evitando permanecer allí muchas horas y alargaba mis paseos para no volver. Pero por primera vez en esos seis largos meses, sentí la necesidad de volver a nuestro hogar, donde tenía almacenados montones de felices recuerdos y donde podría seguir sonriendo. Abrí la puerta, respiré hondo y me llené de su olor, que todavía estaba por todas partes. Me percaté de que había una carta en el suelo. Como pude me agaché para tomarla en mis manos. La saqué del sobre y la leí. Habían pasado seis meses y todavía seguía recibiendo notas de pésame. Pero ésta no me hizo llorar ... esta vez mi sonrisa ganó la partida.

viernes, 18 de mayo de 2012

Sonidos que me gustan



La lluvia salpicando gotas brillantes en la ventana.
El trino de un pájaro al alba, cuando el sol se adivina.
Las voces de la brisa que hacen bailar las ramas de los árboles.
Su voz cuando vibran los cristales y mi alma.
La respiración de un niño que duerme y sueña con mariposas de colores.
                               Las hojas del otoño cuando las piso. 
El latido de mi corazón cuando las notas fluyen de sus manos.
           El júbilo del patio de un colegio.
El rumor de un río en el silencio del bosque.
         Las olas cuando rompen en la orilla deslizándose sobre la arena.
Las cuerdas de mi guitarra adivinando mis pensamientos.

martes, 15 de mayo de 2012

Decir adiós




Decimos adiós varias veces al cabo de un día; es una palabra muy fácil de usar. Pero cuando toca decirla y te resistes a ello, pronunciarla empieza a ser complicado. No quieres aceptar que lo que amas cambie o desaparezca y cuando imaginas la vida sin ello, sientes un vacío que te pesa y te lleva al fondo de una tristeza persecutoria de la que crees no poder escapar.

El adiós duele, pero con cada nuevo adiós iniciamos el siguiente capítulo que, sin ninguna duda, será apasionante escribirlo. Habrá llegado la hora de atesorar los gozos vividos, de sonreír mientras inventamos un mañana cargado de nuevas emociones y heroicamente, avanzar hacia nuestros sueños portando todo lo que en el pasado nos hizo crecer y un trocito de cada uno de los que pasaron por la vida con nosotros y ya no están cerca. 

A todos los que nos toca decir adiós, nos toca también dar la bienvenida a nuevas aventuras que nos llenarán la vida, y que más adelante, quizás también tendremos que despedir. Es mejor decir adiós a tiempo que desear haberlo dicho antes ... 
¿O por qué no?, mejor simplemente, decir hasta siempre …

jueves, 10 de mayo de 2012

La Música



Fluye la música y el tiempo se detiene.

Cada nota, cada silencio, dan ritmo a mi existencia aligerando las trampas que me va poniendo el destino. Dibuja en mi rostro una sonrisa imborrable,  renueva mi espíritu,  alimenta mi alma, oxigena mi cuerpo, me da la vida ...
Susurrándome al oído vacía mi mente y llena mi ser de una pasión indescriptible, solo expresable a través de ella.

En la música reside la perfección ... y en su búsqueda, me hallo ante una profunda sensación de armonía, de felicidad absoluta que ahora, ya sé que existe.

martes, 8 de mayo de 2012

En un instante


Cuando entraba en la estación el tren se detuvo en seco. La gente que viajaba dentro de él se tambaleó golpeándose los unos a los otros. Se abrieron las puertas y todavía se escuchaban algunas quejas sobre ese conductor que probablemente antes de serlo habría trabajado transportado ganado …


Algunos se bajaron y otros nos disponíamos a entrar en el tren … ciertos individuos con mucha prisa por alcanzar uno de los asientos que habían quedado libres, te atropellaban en tu intento de subir al vagón. Por fin nos acomodamos todos.

Un vigilante irrumpió en nuestro ensimismamiento y desde el andén nos hizo señas advirtiéndonos de que teníamos que apearnos porque el tren no podía continuar su recorrido.

Un señor se ha caído a las vías cuando el tren llegaba - se entendía entre el bullicio que provocó tal anuncio.  Alguien lo ha empujado, decían algunos … Otros aseguraban que habían visto como él mismo se había tirado a las vías.

Mientras un grupo muy numeroso corría hacia el lugar del siniestro para no perderse detalle del macabro accidente, yo me senté en un banco, horrorizada ante la idea de que, en un instante, ese hombre había dejado de existir. Pensé que en breves minutos, alguien recibiría una llamada que, en un instante, cambiaría su vida para siempre. Imaginé dos pequeños que, en un instante, conocerían el dolor de perder a alguien que amas. Sonó mi móvil … tenía un mensaje de mis amigas que me dispuse a leer y que, en un instante, me hizo olvidar ... y sonreir.

domingo, 6 de mayo de 2012

Rompió el papel





Rompió el papel por quinta vez. Encestó en la papelera y se levantó para estirar las piernas. 

Se asomó a la ventana para contemplar la lluvia y la abrió para escuchar su sordo sonido. Las brillantes gotas salpicaron su rostro despertando su memoria. Entonces su mente evocó aquella plaza y contempló esa golondrina cobijándose bajo los soportales. Olfateó el mismo aroma a tierra y musgo, recordó su voz, sintió el calor de su abrazo, sonrió recordando sus palabras.

Sosegado por este emotivo viaje, cuando se dispuso a cerrar para retomar su novela, pudo ver como un señor de mediana edad caminaba sin prisa atravesando el río de agua que bajaba por la calle y que bañaba sus pies. Se detuvo un instante, echó la vista atrás y la dirigió hacia su ventana fijando su mirada durante unos intensos segundos … El hombre continuó su paseo y tras unos instantes contemplando como se alejaba, volvió a sentarse frente a la Olivetti a sabiendas de que escribiría toda la noche, ya inspirado y con una nueva historia que contar.





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"En Cien Pedazos"

jueves, 3 de mayo de 2012

Ya es jueves



Ya es jueves … y en las calles empieza a respirarse el buen humor.

Se percibe que el ambiente es esperanzador, nos damos las gracias, regalamos sonrisas, dejamos propina al camarero, canturreamos canciones mientras caminamos … 

Ya es jueves y me he prometido que viviré cada lunes como si fuera jueves y cada día como si fuese el último … junto a ti.



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"En cien pedazos"

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