Ya lucía la ciudad y como una suave caricia, el viento me hacía olvidar la calurosa jornada. Había caminado durante horas sin rumbo fijo recreando aquellas tardes, volviendo a recorrer las calles colindantes a la Plaza Mayor. Al pasar por ese bar dónde tiraban tan bien las cañas, no pude evitar sonreír cuando recordé un día que tomamos algunas de más y terminamos refrescando nuestros borrosos pensamientos con el agua de La Fuentecilla. Sin saber cómo, las manillas de mi reloj anunciaban que pronto acabaría el día y mientras el sol terminaba su labor, decidí tomar asiento en un banco del parque del Retiro. Descalcé mis pies cansados y tras cambiar varias veces de posición, terminé tumbándome a contemplar el bello espectáculo de una noche clara y estrellada. ¡Cuántas noches habíamos hecho esto juntos! ... Sonreí al recrear aquella vez que el guarda del parque nos multó con cinco pesetas por permanecer allí después de cerrar las puertas. Mi espalda comenzó a quejarse de la dureza de la madera y tuve que incorporarme. En el césped, un grupo de jóvenes reunidos en torno a una guitarra comenzaron a cantar y sin querer, ya lo estaba viendo haciendo sonar la suya mientras yo le acompañaba con mi voz. Volví a sonreír. Me levanté y me dispuse a regresar a casa. Llevaba varias semanas evitando permanecer allí muchas horas y alargaba mis paseos para no volver. Pero por primera vez en esos seis largos meses, sentí la necesidad de volver a nuestro hogar, donde tenía almacenados montones de felices recuerdos y donde podría seguir sonriendo. Abrí la puerta, respiré hondo y me llené de su olor, que todavía estaba por todas partes. Me percaté de que había una carta en el suelo. Como pude me agaché para tomarla en mis manos. La saqué del sobre y la leí. Habían pasado seis meses y todavía seguía recibiendo notas de pésame. Pero ésta no me hizo llorar ... esta vez mi sonrisa ganó la partida.
Un intento de hacer música con las letras y de expresar con forma lo que en mi imaginación se fragua, unas veces con más éxito que otras.
domingo, 20 de mayo de 2012
Recuperando la sonrisa
Ya lucía la ciudad y como una suave caricia, el viento me hacía olvidar la calurosa jornada. Había caminado durante horas sin rumbo fijo recreando aquellas tardes, volviendo a recorrer las calles colindantes a la Plaza Mayor. Al pasar por ese bar dónde tiraban tan bien las cañas, no pude evitar sonreír cuando recordé un día que tomamos algunas de más y terminamos refrescando nuestros borrosos pensamientos con el agua de La Fuentecilla. Sin saber cómo, las manillas de mi reloj anunciaban que pronto acabaría el día y mientras el sol terminaba su labor, decidí tomar asiento en un banco del parque del Retiro. Descalcé mis pies cansados y tras cambiar varias veces de posición, terminé tumbándome a contemplar el bello espectáculo de una noche clara y estrellada. ¡Cuántas noches habíamos hecho esto juntos! ... Sonreí al recrear aquella vez que el guarda del parque nos multó con cinco pesetas por permanecer allí después de cerrar las puertas. Mi espalda comenzó a quejarse de la dureza de la madera y tuve que incorporarme. En el césped, un grupo de jóvenes reunidos en torno a una guitarra comenzaron a cantar y sin querer, ya lo estaba viendo haciendo sonar la suya mientras yo le acompañaba con mi voz. Volví a sonreír. Me levanté y me dispuse a regresar a casa. Llevaba varias semanas evitando permanecer allí muchas horas y alargaba mis paseos para no volver. Pero por primera vez en esos seis largos meses, sentí la necesidad de volver a nuestro hogar, donde tenía almacenados montones de felices recuerdos y donde podría seguir sonriendo. Abrí la puerta, respiré hondo y me llené de su olor, que todavía estaba por todas partes. Me percaté de que había una carta en el suelo. Como pude me agaché para tomarla en mis manos. La saqué del sobre y la leí. Habían pasado seis meses y todavía seguía recibiendo notas de pésame. Pero ésta no me hizo llorar ... esta vez mi sonrisa ganó la partida.
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Puente romano. Cangas de Onís Luis Fernández Martín Son el Sella y él testigos de gallardos héroes astures.
Tras una vida juntos, los recuerdos siempre nos dan esa luz que necesitamos para seguir adelante. Me encanta como llega la esperanza a la protagonista, a pesar de lo duro que es el momento que está viviendo. Cada nuevo relato es más increíble que el anterior. Eres capaz de transmitir a la perfección todas las emociones. Yo me alegro, sufro, río, lloro, oigo y veo con cada uno de tus relatos. Como siempre mi más sincera ¡enhorabuena!
ResponderEliminarSois un pozo de sorpresas, como se te ocurren estas palabras tan bonitas? Precioso relato!
ResponderEliminarPoco a poco, pasito a pasito la vida vuelve a la normalidad después de un suceso triste. A veces, esta normalidad tarda en llegar mucho tiempo.
ResponderEliminarA veces, esa sonrisa tarda en aparecer; pero cuando esa sonrisa vuelve a reflejarse en el rostro de esa persona a la que quieres, es capaz de iluminar todos los corazones, las penas desaparecen y una nueva esperanza amanece!!
Cada día este blog gana más lectores, tiene más visitas. Felicidades!!!!!! Me encanta leerte
¡Gracias Bea! Siempre escribes unos preciosos comentarios en mi blog ... ¡no sabes cuánto me gusta recibirlos!
EliminarROSA,TE REPITO CARIÑO,BUSCA EDITORIAL....ERES MUY BUENA Y CONSIGUES QUE A ESTAS HORAS NO LE HAYA HECHO A MINERVA SU CENA...JAJAJA,MENOS MAL QUE DICE MAMY NO TENGO HAMBRE AUN...JJEJE.UN BESO.
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